sábado, 14 de abril de 2007

HÉROES ANÓNIMOS I

Alexander Vodkacogorzarov


J.F.U. Debido al calibre de los hechos ocurridos en la actualidad política, económica, social y del corazón de nuestro país, que los griegos llamaron Iberia, los romanos Hispania, los musulmanes (lo conquistado) y Felipe González, Al-Andalus, y algunos dirigentes del PP, España, de antemano les aviso que, en esta ocasión, notarán, con extrema objetividad, la brevedad de mis palabras. No habrá síntomas de cansancio a la hora en la que ustedes comiencen a leer esto. Además, he tenido una terrible, espantosa y aterradora noticia: a las siete, mi mujer me ha dicho que vaya a recoger a mi suegra al podólogo. La pobre tenía caries en la uña del dedo gordo, y su situación ha alcanzado tal extremo que, esta misma tarde, tengo que dejarla en la consulta del Doctor Ruano Montalbán de Sierra Morena y Monte Perdido, navarro de profesión, y doctor de nacimiento, como Don Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1956, año en el que ya se le empezaron a desplomar los pechos a Marujita Díaz.

El héroe anónimo que hoy nos ocupa se llamaba Alexander Vodkacogorzarov. Alexander nació en Город Драгоценности Айвы (Villajoyosa del Membrillo), al norte de la, por entonces, Unión Soviética (U.R.S.S.; en griego, U.R.S.S.; y en inglés americano, Tocaloshuevosland) en 1909. Cuando Alexander, llamado así porque de mayor quería ser como Alejandro Magno, aunque luego acabase más bien como Alejandro VI Papa, creció en una Rusia llena de cambios políticos. Las revoluciones comunistas, así como las rebajas, fueron hechos históricos que profundamente marcaron su vida. Sus padres le dijeron: “Alexander, viendo tu capacidad intelectual, tienes dos opciones en esta vida: una, ser el carnicero del pueblo; y dos, meterte a cura”. Alexander, que de tonto no tenía un pelo, porque se quedó calvo a los trece años, pensó: “si me meto a cura me mandan a Rusia”. Y, como Alexander, según se comentaba en el pueblo, tenía ciertas tendencias sexuales con las morsas, se hizo sacerdote. En 1929, con el crack de Wall Street, en la U.R.S.S. se promulgó año festivo. Alexander, sacerdote condenado a trabajos forzados en Siberia (tenía que depilar las ingles de los cazadores de focas), por llevar la contraria, dibujó una bandera de Estados Unidos en su celda, justo a la izquierda de su calendario con la imagen del Cristo de Medinacelli. Los bolcheviques, que ya tenían puesto el ojo en Trotsky, lo mudaron a Alexander, y le obligaron a marchar a México, si no quería ser torturado viendo películas de Pedrus Almodovarov hasta el hastío.

Y al pobre Alexander no le quedó otra. Por ser un preso político y haber luchado heroicamente contra las autoridades represivas, Alexander merece ser nombrado como héroe anónimo. Sí señor. (Después, en México, se picó con el tequila, y se echó a perder.)